Si habláramos en latín estaríamos dándole la bienvenida al “primer
verano”, como le llaman, o a la estación de las flores y el amor, como le
decimos por acá, que empieza a despuntar cuando el viento barre el frío
invernal.
Los chinos le dicen “primer movimiento”, que etimológicamente en la
lengua sino coincide con la madera, el tronco de la planta o el árbol que
crece.
Por si la mayor luminosidad que entra por la ventana y la temperatura
más templada que siente la piel no fueran suficientes señales, las hormonas reciben los estímulos de la
melatonina o las feromonas que ocasionan la radiación solar y los cambios
meteorológicos.
Sin mencionar el registro del abundante polen que emana de las flores,
que es portador de picazón, enrojecimientos e insistentes y molestos
estornudos.
Las semillas rompen su envoltorio para ir en busca de la luz, las ramas
florecen, el verde asoma.
Este primer contacto cromático debería trasladarse a la cocina, con las
verduras, las ensaladas hace limpieza en nuestro cuerpo.
Antes que para ver resultados reflejados en el cuerpo, el espejo nos
permite auscultar en los ojos la salud.
El baño es el aliado casero y el gabinete de estética, el antídoto para
afrontar estas mutaciones estacionales.
Pero el ciclo vital se inicia afuera, en el Este (donde se define el
elemento madera) con la salida de un sol que mueve nuestra energía global, los
músculos como estructuradores de nuestro árbol físico-corporal e invita a
caminar, hacer ejercicios al aire libre y buscar una clara dirección hacia la
que se quiera ir.